Por Hanna Pettersson, Investigadora de Sustainability Research Institute, Universidad de Leeds, Reino Unido

Los paisajes rurales de Europa han sido modelados por los seres humanos durante miles de años. En España se han encontrado evidencias de pastoreo (rebaños domesticados) de más de 7000 años de antigüedad; y, hasta el día de hoy, algunas de estas prácticas siguen activas, manteniendo pastizales, dehesas y una multitud de especies silvestres que dependen de ellas. En el ámbito académico, llamamos a estas interacciones entre los humanos y la naturaleza, y entre los aspectos culturales y medioambientales que surgen de estas interacciones, su diversidad “biocultural”. Es decir, el sistema socio-ecológico resultado de la adaptación mutua de humanos y especies silvestres en un lugar determinado. Varios de estos sistemas hoy están protegidos e incorporados en la red Natura 2000 por su alto valor natural y su patrimonio cultural.

Los sistemas no son estáticos, siguen cambiando con los procesos ecológicos y climáticos y según los valores y prioridades humanas. Un ejemplo es la presencia del lobo dentro de paisajes humanizados. Hasta los años 70 era considerado una alimaña que había que exterminar, mientras que hoy en día es el símbolo un tipo de naturaleza “salvaje” que mucha gente desea recuperar, en parte por la conciencia creciente de su importante papel en los ecosistemas. El cambio de actitudes se nota en el ámbito legislativo, que actualmente exige que los países europeos mantengan las poblaciones de lobos en un “estado favorable” (según la Directiva de Hábitat); y en movimientos sociales que quieren observar y proteger al lobo. España sólo es un ejemplo. 

Al mismo tiempo, están produciéndose cambios en las condiciones para las comunidades rurales, sobre todo para la ganadería extensiva. Por una parte, vemos una conciencia creciente sobre la importancia del sector para proporcionar alimentos sostenibles, combatir incendios forestales y mantener pastizales y paisajes; pero al mismo tiempo hay varios procesos que juegan en contra del manejo tradicional del ganado: precios bajos, falta de relevo generacional, burocracia, distribución complicada y competencia de un mercado cada vez más globalizado e intensificado.

De estos procesos y de sus efectos para la diversidad biocultural trata mi proyecto de doctorado. Porque como ecóloga humana, me interesa cómo podemos vivir y producir de una manera más sostenible con la naturaleza; y la situación del lobo en España es un estudio de caso demostrativo de la complejidad de este tema. En concreto, he buscado identificar las condiciones que permiten una coexistencia armónica a largo plazo entre lobos y humanos en zonas caracterizadas por la existencia de ganadería extensiva. Ésta es una información que necesitamos urgentemente, ya que grandes carnívoros como el lobo se están expandiendo por toda Europa; lo cual significa que cada vez más comunidades van a tener que acostumbrarse de nuevo a la presencia de estos animales. 

De esta manera en 2020 llevé a cabo tres estudios de caso en España: en Sierra de la Culebra/Sanabria, en Zamora, dónde los lobos han permanecido; en la zona de Picos de Europa, en Asturias, dónde han regresado; y en La Vera, en Cáceres, dónde es probable que vayan a regresar en el futuro. Pasé el año observando, escuchando y entrevistando a más de noventa personas de todo tipo en cada uno de estos lugares y durante varios meses para entender las perspectivas y características de cada territorio. Y al sumar todo lo que vi y escuché durante ese año, puedo concluir que sí hay condiciones para la coexistencia con lobos en España, pero muy diferentes en cada lugar; y que aún queda mucho por hacer para que estas condiciones resulten viables a largo plazo. Antes será necesario cambiar la perspectiva sobre las interacciones que existen con este animal.

Ampliación de ejemplos positivos

Las relaciones entre humanos y grandes depredadores como el lobo siempre han sido complicadas. Después de varias décadas de investigación, sabemos mucho sobre por qué surgen conflictos entre ambos. O más bien, sobre por qué hay un conflicto entre humanos acerca de cómo se realiza la gestión de esta especie. La situación se suele describir como un triángulo o un iceberg dónde la parte visible la constituyen los impactos negativos causados por el lobo. Bajo esta parte visible encontramos la base del conflicto, formado por problemas como las desigualdades en la distribución de costes y beneficios de la coexistencia, la fricción entre prioridades urbanas y rurales o la desconfianza hacia los políticos y la administración.

A pesar de estos conocimientos teóricos sobre los problemas sociales en la base, la mayoría de los recursos siguen dirigidos al pico del triángulo, sobre todo a encontrar y aplicar medidas técnicas y económicas para abordar los daños a la cabaña ganadera. Las más frecuentes suelen ser pagos compensatorios, a veces acompañado con apoyos para cierres y/o perros mastines; y el control letal de lobos. Son medidas superficiales y limitadas por muchos factores. Por ejemplo, la voluntad del sector en aplicar los métodos de prevención (porque quieren o porque no funcionan), la capacidad de la administración de gestionar pagos de una manera efectiva y generosa, y, en el caso de control letal, el sistema legislativo y la actitud de una gran parte de la sociedad, que aboga cada vez más por una gestión no-letal del lobo.

Para conseguir relaciones armónicas a largo plazo, es necesario invertir el triángulo. Es decir, centrar la atención y los recursos en mejorar la base para la gente y para los lobos. Mi trabajo del año pasado indica que un comienzo apropiado para este trabajo es buscar la inspiración y el conocimiento de ejemplos positivos de coexistencia y en redirigir recursos para mantenerlos y ampliarlos. Existen relaciones e iniciativas positivas en varios lugares de Europa, pero como no suelen “crear mucho ruido” (ej. manifestaciones o reclamaciones en los medios de comunicación), muchas veces han sido olvidados por las administraciones y en el reparto de fondos. 

Un ejemplo es la Sierra de la Culebra en Zamora, que siempre ha tenido presencia de lobos y que actualmente tienen la densidad más alta de lobos de España. Los pastores y ganaderos de la zona son expertos en proteger sus rebaños, sobre todo a través de medidas tradicionales (perros mastines, pastoreo acompañado, encierro por la noche) que gracias a las condiciones sociales y topográficas de la zona funcionan bastante bien. Como la gente está acostumbrada a la presencia de lobos, porque hay relativamente pocos daños y por el creciente turismo lobero de la zona, la mayoría de la gente tiene actitudes neutrales o favorables hacia el lobo; y no suelen achacar a su presencia el declive de la ganadería extensiva de la zona. Su desafío principal es, al igual que en las otras zonas donde estuve, la falta de reconocimiento por el valor ecológico y social de los usos tradicionales del territorio, tanto en relación al precio de los productos como desde la administración y la sociedad en general. En el caso de la Culebra, tampoco quedan reflejados el trabajo y los recursos adicionales que conlleva producir en zona lobera, lo cual hace que competir en el mercado global sea aún más difícil. 

Las condiciones desfavorables para la ganadería extensiva en la Culebra constituyen una amenaza tanto para los lobos como para la coexistencia a nivel nacional, porque si desaparecen los últimos rebaños en esta zona, famosa por la coexistencia con lobos, perderemos los conocimientos y prácticas de generaciones de pastores, ganaderos y perros. Además, perderemos unos de los mejores ejemplos de relaciones (más o menos) funcionales entre lobos y ganadería extensiva. Y sin estos ejemplos positivos, ¿quién va querer y a poder vivir con lobos? Mientras los pastores que conviven con lobos tengan menos rentabilidad y reconocimiento que los que no lo hacen va a ser muy difícil desmontar la imagen del lobo como “el fin” de la ganadería extensiva. 

Perro mastin en su puesto, guardando las ovejas, en Sanabria, Zamora

Una gestión proactiva de lobos y ganadería extensiva

¿Qué significa esto para sitios como La Vera, donde el lobo probablemente va a regresar en el futuro?

Desde casos como Picos de Europa, el segundo estudio de caso de mí proyecto, o Ávila, en el otro lado de la Sierra de Gredos, sabemos que los lobos a menudo causan conflictos cuando regresan a territorios donde han estado ausentes durante un tiempo. Sobre todo, como en Picos, donde las condiciones son menos favorables para la coexistencia: densidades altas de ganado y turistas, topografía complicada para el monitoreo de los rebaños; y donde la ganadería extensiva ya está en una situación de vulnerabilidad. Estos ejemplos han ilustrado que hace falta un trabajo más proactivo para evitar conflictos antes de que surjan y para potenciar las buenas relaciones y prácticas que ya existen; porque la manera más eficaz o legítima de potenciar la adaptación a cambios (por ejemplo la recuperación de lobos) no es a través de imposición de leyes o medidas, sino mediante la eliminación de barreras. 

En mi trabajo vi y escuché varias iniciativas interesantes desde este enfoque. Una es la diferenciación y valor añadido a los productos de ganadería extensiva. Un ejemplo bueno se encuentra en la zona de Picos, dónde han creado la certificación Lechazos Pro-biodiversidad. Los pastores dentro de este modelo hacen una gestión compatible con la conservación de quebrantahuesos y de los lobos, gracias a lo cual ganan casi el doble en la venta de sus productos. Esto ocurre gracias a un contrato con supermercados y restaurantes regionales facilitado e impulsado por la ONG Fundación Quebrantahuesos. En La Culebra hay una iniciativa parecida pero privada, Pastando con Lobos, pero que, desgraciadamente, ha tenido más dificultades para salir adelante por la falta de apoyo local y de las administraciones.

Otras iniciativas interesantes son los diferentes esquemas de pagos por servicios ambientales o sociales, por ejemplo la prevención de incendios ( “cabras bomberas” apoyadas desde la administración) y el mantenimiento de ciertas especies dentro del territorio: en Suecia las aldeas de los Sámi (un pueblo que hace una gestión tradicional de renos) reciben un pago fijo por cada depredador (lobo, oso, lince, glotón o águila real) nacido en su zona según el censo nacional. Las aldeas deciden cómo distribuir estos recursos según lo que consideren necesario para mantener o mejorar su capacidad de adaptación.

También vi oportunidades para (re)generar comunes y gestiones comunales de rebaños y recursos naturales. Un ejemplo claro es proporcionar infraestructura municipal para la ganadería extensiva; incluyendo pastos, naves y queserías baratas o de libre uso. Estos serían espacios donde varios pastores pueden trabajar independientemente; o donde pueden compartir o intercambiar labores. Con más recursos para tener personal, o con el modelo compartido, sería posible liberar tiempo para la familia, otros trabajos u el ocio sin rebajar la vigilancia y la protección del ganado. Es decir, una gestión más compatible con una vida moderna que todos merecemos, incluso los ganaderos y pastores. Ya existen varias “rebaños municipales” y escuelas de pastores con estructuras parecidas, que además facilitan la transferencia de conocimientos de pastores establecidos hacia los que quieren incorporarse. 

Programas y soluciones flexibles y participativas

Ninguno de estos ejemplos es una panacea para la coexistencia con lobos. Desgraciadamente no hay atajos: hay que buscar medidas adaptadas a las características y necesidades de cada zona y reconocer que en algunos casos (por ejemplo dentro de ciudades o en lugares con alta densidad de ganado y pocas presas silvestres) la coexistencia con lobos es poco viable. En vez de invertir recursos para imponer allí la coexistencia, tiene más sentido que nos centramos en lugares con buenas condiciones o con potencial para ello. Para averiguar la situación actual de cada territorio hace falta crear espacios de investigación colaborativa e interdisciplinaria, así como programas de participación que faciliten el diálogo. Es la única manera para conseguir una zonificación robusta, lo cual facilitaría un reparto justo de fondos y el monitoreo y control (letal o no) de los lobos y otra fauna. Además, hay mucho apoyo científico para la gestión participativa como herramienta para mejorar los resultados, la aceptación y el cumplimiento con programas de conservación; y para evitar conflictos atrincherados. Desde iniciativas como la del Observatorio Campo Grande es posible llegar a consensos sobre programas y actuaciones prioritarias, pero hace falta infraestructura y voluntad para escuchar y para realizar las medidas propuestas. 

Así pues, desde mi labor investigadora, continuaré la búsqueda y el análisis de condiciones y factores que faciliten la coexistencia; y abogare por dedicarle más reconocimiento y recursos. Porque la esperanza y los ejemplos positivos son mucho más potentes para generar tendencias positivas para el futuro que una perspectiva centrada en los problemas y dificultades. Junto con el trabajo existente de mediación de conflictos, las investigaciones que avanza en el conocimiento ecológico del lobo en el ecosistema, y las nuevas tecnologías para monitoreo y mitigación de daños, hay cada vez más oportunidades para conseguir una coexistencia armónica en muchos sitios. Y en donde todavía no han llegado, hace falta iniciar un trabajo proactivo ahora.  Si potenciamos la dignidad, la inclusión y el apoyo a estas comunidades rurales para que se desarrollen con las transiciones actuales, podemos preservar la diversidad biocultural y rica de este país y, al tiempo, avanzar hacia interacciones más armónicas entre el ser humano y la naturaleza.

Más información sobre el proyecto de investigación y los artículos generados aquí:

https://theconversation.com/como-convivir-con-grandes-depredadores-lecciones-desde-zonas-rurales-de-espana-habitadas-por-lobos-171057

https://www.researchgate.net/profile/Hanna-Pettersson-5


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